Carmen Laforet
Barcelona, 1921 - Madrid, 2004
Carmen Laforet es de sobra conocida. Autora de Nada, unas de las mejores novelas europeas del siglo XX, Laforet estuvo dotada de una acusada sensibilidad y capacidad tanto para el autoanálisis introspectivo como para la alegría. Su relación con la autoría que habría de servirle de puente con el público fue, sin embargo, muy tensa. Clave en esta tensión es la dificultad para conciliar vida familiar y vida intelectual, así como el cansancio de la vida doméstica y el poco tiempo y espacio para desarrollar sanamente una voz personal.
Hola...
Cuando yo iba a tener mi primera niña, creía que ya no volvería a escribir. Creía que eso me serviría lo mismo. Luego resultó que no.
Después del éxito de su primera novela Nada, Carmen Laforet valora las razones de su dolorosa entrega a la escritura. Hay dolor y hay amor hacia la página. No es una convivencia fácil. A veces, de hecho, es terriblemente agotadora. Así se lo explica en estas cartasvivas a su madre literaria, Elena Fortún.
Nada más necesito que mi equilibrio y mi trabajo y que yo no haga daño a nadie.
Vivir es tan difícil como escribir. La escritora, joven madre también, desea solamente vivir en armonía y encarar el existir diario con una suave pero constante alegría. Sin duda, la escritura fluiría mejor en estas circunstancias. Es preciso que la vida no se viva de milagro sino que sea vivida desde la alegría consciente y productiva. ¿Cómo puede esta mujer, madre y escritora joven, llegar a este estado y habitarlo cotidianamente?
Sé que al fin el dejarse ir lleva a la destrucción. Sé también que la renuncia, muchas veces, lleva a otro estado de alma más sereno, más puro.
Laforet evalúa el papel del dolor en la vida y en la espiritualidad del ser humano. Cuando la lucha por la vida ha sido particularmente dura, cuando ha habido llanto y dolor, también se ha crecido. No es posible aspirar a no sufrir. Es necesario aspirar a la alegría y saber vivir con templanza las dificultades. Se lo dice a sí misma en esa España gris de mitad del siglo XX. Hay resignación en sus reflexiones. Hay también sed de serenidad.